"Sakineh Mohammadi Ashtiani es esa mujer iraní de 43 años que fue condenada a la lapidación y lleva ya cinco años pudriéndose en la prisión de Tabriz, al oeste de Irán, a la espera de que se ejecute la sentencia.
Sakineh ni siquiera tuvo un juicio transparente, en un idioma que pudiese comprender
Es urgente recordar al régimen las promesas hechas en 2002 y 2008 respecto a la abolición de ese tipo de castigos
Y eso por un "crimen" que solo confesó bajo tortura y que consistió, según sus acusadores, en haber mantenido... ¡una relación amorosa extramatrimonial!
La opinión pública internacional, conmocionada por el horror de la situación, esperaba con ella la revisión de un veredicto tan inicuo como bárbaro cuando, el 9 de agosto pasado, tuvo lugar uno de esos golpes de efecto a los que Irán nos tiene acostumbrados: el régimen difundió por televisión, en un programa de gran audiencia, las nuevas "confesiones" de la mujer, que, cubierta con un chador negro que solo dejaba asomar su nariz y uno de sus ojos, y con una hoja de papel entre los dedos -como si recitase una lección mal aprendida- y una voz en off en farsi superpuesta a su propia voz -que se expresaba en su lengua materna, el azerí-, confesaba un segundo crimen: su supuesta complicidad en el asesinato de su marido.
A su actual abogado, Hutan Kian, no le sirvió de nada recordar que Sakineh ya había sido absuelta de esa misma acusación en 2006.
Sin hablar de las dudas que no podía evitar alimentar sobre la identidad de la mujer que, oculta bajo su velo integral, apareció aquella noche en las pantallas, Hutan Kian afirmó que, una vez más, esa declaración -carente de toda verosimilitud- había sido arrancada mediante tortura.
Finalmente, recordó que contradecía abiertamente otras afirmaciones, aparecidas en el diario británico The Guardian ocho días antes, en las que la misma Sakineh explicaba que las autoridades iraníes ya la habían exculpado de esa acusación infame en 2006; que, por tanto, mentían descaradamente al volver a sacar a relucir un cargo delirante abandonado desde hacía tiempo, y que la "justicia" solo se obcecaba en su caso "porque es una mujer" y porque vive "en un país en el que las mujeres están privadas de los derechos más elementales".
Que Sakineh carece de los derechos más elementales queda patente en el hecho de que ni siquiera tuvo un juicio transparente, en un idioma que pudiese comprender ("cuando el juez pronunció la sentencia", declaró a The Guardian, "no comprendí que iba a ser lapidada hasta la muerte, pues ignoraba lo que significaba la palabra rajam; me dijeron que firmase la sentencia y lo hice, y cuando volví a prisión y mis compañeras me advirtieron de que iba a ser lapidada, me desmayé inmediatamente").
Esto queda confirmado por las desventuras de su antiguo abogado, Mohammad Mostafaei, el mismo que atrajo la atención internacional sobre su caso y que, por esa razón, se vio amenazado de cárcel (ese hombre admirable, uno de los últimos abogados libres de Irán, una de las últimas conciencias del país, tuvo que huir a Turquía y luego a Noruega, donde pude entrevistarme con él hace unos quince días para conocer de primera mano todos los detalles de esta macabra farsa judicial).
Pero, más allá de estas consideraciones de derecho, en las que mucho me temo que ya no queda demasiado tiempo para detenerse, es urgente intervenir, sin dilación, para impedir una ejecución cuya inminencia tenemos sobradas razones para temer.
Es urgente responder al llamamiento de los hijos de Sakineh, Fasride y Sajjad Mohammadi Ashtiani, por el que nos conminan a presionar por todos los medios posibles a una "justicia" que parece tener prisa por terminar y convertir el caso Sakineh en el símbolo de la inflexibilidad de la Charía a la iraní.
Cada año, decenas de mujeres son condenadas en Irán al látigo, la lapidación u otras penas cuya barbarie pone los pelos de punta: más allá del caso Sakineh, es urgente recordar al régimen de los mulás las promesas hechas en 2002 y 2008 respecto a la abolición de ese tipo de castigos.
Está en juego la vida de una mujer.
Y también la libertad y la dignidad de cientos de ellas.
Y, finalmente, se trata del honor de un gran país, dotado de una cultura tan magnífica como inmemorial y que no puede quedar reducido, ante los ojos del mundo, al rostro ensangrentado, destrozado, de una mujer lapidada.
Piedad, por tanto, para Sakineh.
Piedad para Irán, cuyo pueblo merece algo mejor que esa abominación.
Es el sentido de la petición que lanzamos en Francia, en el sitio www.laregledujeu.org, junto con Milan Kundera, Patrick Modiano y otros.
Es el sentido de un vasto movimiento de solidaridad que se puso en marcha a partir de ahí y al que se han sumado dos ex presidentes de la República Francesa (Valéry Giscard d'Estaing y Jacques Chirac), los grandes líderes de la oposición (Martine Aubry, Ségolène Royal), la primera dama de Francia (Carla Bruni-Sarkozy) y hasta el actual presidente francés, Nicolas Sarkozy, que declaró, el miércoles pasado, en una conferencia con embajadores, que Sakineh había pasado a estar "bajo la responsabilidad" de Francia.
¡Desearía tanto que el movimiento se extendiese a España!
Desearía tanto que, aquí también, a través de este periódico que sabe, mejor que ningún otro, lo que quiere decir luchar contra la dictadura, las mujeres y los hombres de buena voluntad, al margen de sus orígenes y su filiación, se reuniesen bajo el humilde estandarte de ese: "Hay que impedir la lapidación de Sakineh", que ya ha recogido cientos de miles de firmas en Estados Unidos y Francia...
Prosigamos el combate.
Obtengamos todos juntos la absolución de Sakineh." aqui
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